Carta de Alejandro Gómez para su clase de 1º de Integración Social
Alejandro Gómez
Ha llegado el día en el que quiero desnudarme, dejar todo aquello que
cubre mi cuerpo encima de la verdad y mostrarme tal y como soy, sin
más.Las decisiones requieren tiempo, tanto tiempo como despojarse de lo que pesa, de lo que estorba, de lo que molesta... Pudiera parecer que el tiempo es nuestro enemigo, pero no lo es. A veces, se vuelve compañero de viaje, aliado de la razón, socio de un futuro tan incierto como prometedor... Y mientras me voy deshaciendo de la ropa vieja, de los trapos rotos, el tiempo se encarga de tapar las cicatrices de unas heridas que ya no duelen, pero que solo yo he vivido, que solo yo noto.
Y mi cuerpo esconde los golpes recibidos, las burlas sin sentido, las palabras necias que he oído y las lágrimas provocadas por quienes yo llamaba amigos...
Era demasiado pequeño para comprender la crueldad, donde cada juego tenía un perdedor y ese, siempre era yo. No acertaba en entender que ocurría, por qué era igual cada día... No quería ser el verdugo, pero tampoco la víctima.
Recuerdo que a los seis años y sin poder entenderlo, se mofaban hasta de que mi padre hubiera muerto. Decían que se había ido porque no me soportaba, porque se avergonzaba de mí y cada noche salía a la ventana y esperaba que él me dijera que no era así. Y no encontraba consuelo, parecía tener en mi contra también al cielo... Llegué a maldecir al destino con el corazón hecho añicos, solo quería jugar, reír, vivir tranquilo...
-¡Mierda!- Pensaba... ¡Solo soy un niño!
La entrada al colegio era un sufrimiento, una agonía, una pesadilla, morir en cada intento... Sonaba el timbre y no caminaba, volaba... y corría bajando de tres en tres las escaleras, sabiendo que no era buena idea... Terminaba en el suelo, pisoteado, atemorizado, muerto de miedo. Aquellos segundos se hacían eternos, me ponía en pie como podía y volvía a correr y entre zancadillas, volvía a caer... Solo buscaba estar a salvo, fuera de peligro y entre insultos corría a casa, buscando cobijo. Los que me querían de verdad, no querían que volviera y yo solo quería alguien que me entendiera. No quería que me pegaran, solo quería ir al colegio, soñaba con que todo acabara y que sería uno entre ellos. No quería que fueran mis enemigos y no quería darme por vencido, solo pretendía que fueran mis amigos. Pero no, no lo di conseguido, me hicieron perdedor sin haberme conocido.
Una de las palizas me llevó al hospital. Golpes, ataque de pánico y crisis grave de ansiedad. Perdí el habla, la noción del tiempo y también el miedo a los médicos. Tuve que dar detalles sobre aquellos niños, con nombre y apellidos. Todo acababa con un principio. Eran demasiado pequeños para imputarles un delito... ¿Y yo? ¡Yo solo era también un niño!
El acoso escolar no es precisamente un juego de niños, de niños es una infancia donde te aceptan, donde eres querido...
Bullying lo llaman los mayores, los que no lo han vivido. Las víctimas, queridos amigos, no sufren solo los golpes, sufrimos y respiramos el peligro. – ¿Hay acaso una excusa que convenza, que justifique el maltrato? ¿Al agresor? ¿Al que lo consiente? ¿Al que hace que no ve, que no escucha, que no siente? ¿Al valiente? Sí, la falta de empatía, la omisión del deber, la pobreza en la educación, el no ponerse en el caso de que un día otro puede ser yo. ¡No hay excusa, no hay motivo, no hay razón! Puede ser porque alguien que sea gordito, porque lleve gafas, porque es feo, porque es diferente o porque les da la gana. ¿Por qué fui yo? ¿Qué motivo hizo que mis amigos se rieran de mí, me acosaran, se burlaran, se convirtieran en mis verdugos, en mis enemigos?
En mi caso lo tenían fácil... Yo era diferente. Yo era Asperger. Más que suficiente. Demasiado débil. El Síndrome de Asperger no es una enfermedad, es una manera de ser, simplemente. Es cierto que me costaba más que a los demás cosas tan simples como correr, escribir, entenderlo todo a la primera vez... Pero no busqué nacer con estas características, estoy orgulloso de ser quién soy y cómo soy. De no haberme rendido nunca, de creer en mí, de haber llegado hasta aquí. Y de haber cerrado las heridas, de no vivir de cicatrices, de ser el dueño de mi vida, de haberle echado tres pares de narices. Soy diferente, sí. ¿Y qué? Pero soy igual a ti, a ti, a ese y aquel.
No soy especial por lo que la vida me ha quitado, soy especial porque soy yo y por lo mucho que valgo. Nadie conseguirá detenerme, ni robarme los sueños, ya me robaron sin poder defenderme, la felicidad de ser pequeño.
No lo olvidéis nunca, nadie sabe lo que siente el que siempre pierde. No consintáis que alguien crea que esa, fue su suerte, la mía fue haber sembrado alegría por el camino y repito, nunca darme por vencido... y hoy, tener el doble, el triple de grandes amigos. Nunca defendáis el acoso escolar, no giréis la cabeza, que hay quien muere de pena y quien se mata por tristeza.
Yo, no.
¡Porque soy especial! Y porque tuve los que otros no nunca tendrán... ¡Mucho amor!
¡Gracias, muchas gracias!
[Carta cortesía de Alex Gómez, reproducida desde el blog Bailar bajo la lluvia]